Puede que la edad haya contado, la consciencia
de hacer las cosas, las ganas de disfrutar el momento o incluso la
banda sonora que sonaba de fondo, pero este año que acaba mañana, este
dos mil doce ha sido uno de mis mejores años.
Reconozco que el
mérito no es mío, sino de amistades infallables, incansables e
inigualables, así como mi familia; de amores imposibles, de posibles
pero no reales, incluso de nuevos; de
volver del cambio, de cambiar para volver, de monedas extranjeras, hasta
de extranjeros con monedas de cambio; de bailes perdidos en metros sin
señal de radio, de lágrimas que acompañan a sonrisas eternas, de
ralladuras de cabeza y limón, de miércoles en cámara lenta, de odas a la
juventud bajo el sol y las estrellas juntos, de seguir buscando esos
pies calientes, de aprender a ser buena persona sin llegar a ser tonto y
de Usar a Alguien, o a todos, para ser feliz, devolviendo siempre ese
mismo favor.
Por ésto y mucho más, quería que viniese el nuevo
año, ya que puede ser tan bueno o mejor como el anterior.
¡FELIZ DOS MIL TRECE!
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